Los
comegatos
¡¡¡Oye mulato, quién se
comió mi gato!!! ... Ese dicho que le escucho a
mi papá cada vez que sale a las calles pasando por el malecón hasta la casa que
queda a la espalda de la iglesia San Pedro a la que viviendo tan cerca me da
pereza ir a las misas de todos los domingos y rara vez vamos cuando hay
festividades religiosas.
Yo
no lo entendía, hasta me reía. De tanta duda, le pregunté y me contó un día que
cuando él era pequeño parecía que todo Chorrillos estaba invadido de gatos, había
para escoger de todos los colores, tamaños y tamaños de pelaje. No podías pasar
una esquina sin ver unos tres o cuatro gatos sentados y lamiéndose. Cuando
subías al Morro Solar por el caminito de tierra para llegar a la virgen, podías
ver en las casas de adobe todo el panorama con los felinos. Decía que en las
noches las personas no podían dormir por sus peleas o sus maullidos graves, ni
con la escoba se podían separar.
Al
día siguiente podían ver a los mininos arañados por todo el cuerpo, con la
oreja mordida, hasta sin pelo y tirados por la tierra. Podías jugar con ellos y
no te hacían nada de lo cansados que estaban; otros, más malos, le daban
vueltas, los tiraban e incluso le ponían algo en la cola para que corran. Esto
se debía a que los pesqueros botaban las sobras de los pescados al techo o la
pista y comenzaron a venir los ratones y las ratas. Las viejitas se asustaban, se podía oír sus
gritos toda una cuadra. Daba risa porque parecían como de los dibujos animados
de Tom y Jerry. La solución fue fácil, traer
gatas porque eran limpias y cazadoras pero éstas quedaron preñadas y al cabo de
unos meses se multiplicaron.
La
gente no sabía qué hacer con los gatos todos eran gordos y peludos, un día
llegaron unas personas de Chincha que se acomodaron, tenían costumbres extrañas para los demás que vivían allí. Acabo de un
año, los gatos fueron desapareciendo. Había
menos peleas en las esquinas, ya no se
veía gatos.
Un
día, como todos los días, a mi papá lo
enviaban a comprar pan arriba donde actualmente es Alto Perú, con las calles de
tierra, las casas de un solo piso, simples sin decorado. Esa misma mañana, vio
como ponían las trampas hechas de madera de las cajas de frutas en las esquinas
y vio como los gatos caían en ellas y una vez adentro los felinos querían
salir y no podían. Otros gatos, más inteligentes, ni pensaban en acercarse; cuando las trampas
estaban llenas, venían los morenos para
recoger a los gatos y se lo llevaban a su casa y no se sabía más.
La
gente decía entre chismes que se los
comían. Cuando terminó de contarme la historia me quedó la duda sobre si el
gato era comestible. Después de darme un paseo por la calle, por La Paradita, me di
cuenta de la cantidad de gatos que hay ahora y lo de la historia
Casi
no hay tienda que no tenga gato por mi casa. También hay gatos en la esquina, mi abuelita tiene tres gatos, la vecina de la
espalda tiene como unos nueve gatos y la gente de buena le dan donaciones para
que coman. Y yo tengo dos gatos: uno
hembra que se llama Minina y el otro llamado Frufrú. Al día siguiente, un señor
vio mi gato y dijo que era bonito y gordito como para el seco. Yo me asusté y
me lo llevé a mi casa abrazado y se lo dije a mi mamá, ella viendo mi cara, se
puso a reír diciendo: “No pasa nada, seguro lo dijo de broma no más”.
A partir de ese día cuidaba a mi minino cada
vez que salía a la calle. Y de tanto vigilarlo me aburrí y seguí con mis cosas.
Al mes vino una señora a la tienda de mi mamá ofreciendo una parrillada, como
siempre, aceptamos. Era un domingo, nunca lo olvidaré, había para escoger
pollo, anticucho, res y conejo. Este último, en la parte de abajo decía “Este
conejo tiene las orejas cortas” y no lo entendía y no le hice caso. Mi mamá
estaba conversando con otras señoras y entre conversadera me ofreció: “Elije lo
que quieras que yo pago”. Así que pedí conejo porque nunca lo había probado. Me senté en la mesa con mi amigo Carlos y me
preguntó ¿Tú qué elegiste? Y respondí “Conejo”.
Al ver su cara, soltó una pequeña risa y comencé a mirarlo con la sospecha de que
él sabía algo y no me quería decir.
Isabel Arenas