martes, 19 de junio de 2012

Juegos Florales Nacionales I

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Los comegatos
¡¡¡Oye mulato, quién se comió mi gato!!! ... Ese dicho que le escucho a mi papá cada vez que sale a las calles pasando por el malecón hasta la casa que queda a la espalda de la iglesia San Pedro a la que viviendo tan cerca me da pereza ir a las misas de todos los domingos y rara vez vamos cuando hay festividades religiosas.
Yo no lo entendía, hasta me reía. De tanta duda, le pregunté y me contó un día que cuando él era pequeño parecía que todo Chorrillos estaba invadido de gatos, había para escoger de todos los colores, tamaños y tamaños de pelaje. No podías pasar una esquina sin ver unos tres o cuatro gatos sentados y lamiéndose. Cuando subías al Morro Solar por el caminito de tierra para llegar a la virgen, podías ver en las casas de adobe todo el panorama con los felinos. Decía que en las noches las personas no podían dormir por sus peleas o sus maullidos graves, ni con la escoba se podían separar.
Al día siguiente podían ver a los mininos arañados por todo el cuerpo, con la oreja mordida, hasta sin pelo y tirados por la tierra. Podías jugar con ellos y no te hacían nada de lo cansados que estaban; otros, más malos, le daban vueltas, los tiraban e incluso le ponían algo en la cola para que corran. Esto se debía a que los pesqueros botaban las sobras de los pescados al techo o la pista y comenzaron a venir los ratones y las ratas.  Las viejitas se asustaban, se podía oír sus gritos toda una cuadra. Daba risa porque parecían como de los dibujos animados de Tom y Jerry.  La solución fue fácil, traer gatas porque eran limpias y cazadoras pero éstas quedaron preñadas y al cabo de unos meses se multiplicaron.
La gente no sabía qué hacer con los gatos todos eran gordos y peludos, un día llegaron unas personas de Chincha que se acomodaron, tenían costumbres extrañas  para los demás que vivían allí. Acabo de un año, los gatos fueron desapareciendo.  Había menos peleas  en las esquinas, ya no se veía gatos.

Un día, como todos los días,  a mi papá lo enviaban a comprar pan arriba donde actualmente es Alto Perú, con las calles de tierra, las casas de un solo piso, simples sin decorado. Esa misma mañana, vio como ponían las trampas hechas de madera de las cajas de frutas en las esquinas y vio como los gatos caían en ellas y una vez adentro los felinos querían salir  y no podían.  Otros gatos, más inteligentes, ni  pensaban en acercarse; cuando las trampas estaban llenas,  venían los morenos para recoger a los gatos y se lo llevaban a su casa  y no se sabía más.
La gente decía entre chismes  que se los comían. Cuando terminó de contarme la historia me quedó la duda sobre si el gato era comestible. Después de darme un paseo por la calle, por La Paradita,   me di cuenta de la cantidad de gatos que hay ahora y lo de la historia
Casi no hay tienda que no tenga gato por mi casa. También hay gatos en la esquina,  mi abuelita tiene tres gatos, la vecina de la espalda tiene como unos nueve gatos y la gente de buena le dan donaciones para que coman.  Y yo tengo dos gatos: uno hembra que se llama Minina y el otro llamado Frufrú. Al día siguiente, un señor vio mi gato y dijo que era bonito y gordito como para el seco. Yo me asusté y me lo llevé a mi casa abrazado y se lo dije a mi mamá, ella viendo mi cara, se puso a reír diciendo: “No pasa nada, seguro  lo dijo de broma no más”.
 A partir de ese día cuidaba a mi minino cada vez que salía a la calle. Y de tanto vigilarlo me aburrí y seguí con mis cosas. Al mes vino una señora a la tienda de mi mamá ofreciendo una parrillada, como siempre, aceptamos. Era un domingo, nunca lo olvidaré, había para escoger pollo, anticucho, res y conejo. Este último, en la parte de abajo decía “Este conejo tiene las orejas cortas” y no lo entendía y no le hice caso. Mi mamá estaba conversando con otras señoras y entre conversadera me ofreció: “Elije lo que quieras que yo pago”. Así que pedí conejo porque nunca lo había probado.  Me senté en la mesa con mi amigo Carlos y me preguntó ¿Tú qué elegiste? Y respondí  “Conejo”. Al ver su cara, soltó una pequeña risa y comencé a mirarlo con la sospecha de que él sabía algo y no me quería decir.

Con hambre me sirvieron mi presa, comencé con la parte pierna hasta terminármelo. Luego de un rato vino de nuevo Carlos y me dijo que si estaba rico. Yo respondí que sí. Él con una voz maliciosa y burlona me reveló que lo que yo verdaderamente había comida era gato. Al escuchar esto, se me revolvió el vientre, ya no podía hacer nada, mi estómago ya lo había digerido. Lo único que se me ocurrió fue correr hasta mi casa y llorar. Mi gato apareció, parecía que me quería consolar, me sentía con vergüenza. Lo quería vomitar todo al tan solo pensar en el pobre minino que tuvo que sufrir y yo fui la que me lo comí. A partir de ese día, se me entró la moda de volverme vegetariana aunque sólo me duró unos días


Isabel Arenas

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. que cuento tan real, hay veces que una persona come sin saber lo que es y cuando pregunta y sabe lo que es ya no hay vuelta atrás.
    Natalia Manrique Cordova 4B

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